Ramón Gómez de la Serna

(Madrid, 3 de julio de 1888 –Buenos Aires, 12 de enero de 1963)

Fue un escritor y periodista  español. «Ramón», como le gustaba que le llamaran, escribió un centenar de libros, la gran mayoría traducidos a varios idiomas.

El eje central de su obra  son las greguerías, que es un género iniciado por él.

Las greguerías son unas sentencias ingeniosas y,  en general breves,  que surgen de un choque casual entre el pensamiento y la realidad.  El propio Ramón las define como la unión del humor y una metáfora. Las greguerías  suelen ser de varios tipos: chistes, juegos de palabras e incluso también apuntes filosóficos.

GREGUERÍAS:

– Nunca es tarde si la sopa es buena.

– Las pasas son uvas octogenarias.

– La sidra quisiera ser champñan, pero no puede porque no ha viajado por el extranjero.

– Las pirámides son las jorobas del desierto.

– La morcilla es un chorizo lúgubre.

– Trueno: caída de un baúl por las escaleras del cielo.

– Roncar es tomar ruidosamente sopa de sueños.

– La O es la I después de comer.

– Abrir un paraguas es como disparar contra la lluvia.

– Los globos de los niños van por la calle muertos de miedo.

– El bebé se saluda a sí mismo dando la mano a su pie.

– La gallina está cansada de denunciar en la comisaría que le roban los huevos.

– Lo peor del loro es que quiera hablar por teléfono.

– Astrónomo es un señor que se duerme mirando las estrellas.

– Al cine hay que ir bien peinado, sobre todo por detrás.

– Aquel tipo tenía un tic, pero le faltaba un tac; por eso no era un reloj.

RAMÓN Y SU ÉPOCA:

1. ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS IMPORTANTES.  

1898: España perdió Cuba.

1914-1918: Primera Guerra Mundial.

1917: Revolución Rusa.

1936-1939: Guerra Civil Española.

1939-1945: Segunda Guerra Mundial.

1957: El 3 de noviembre de 1957 Laika (en ruso Лайка, ‘que ladra’),  se convirtió en el primer ser vivo terrestre en orbitar la Tierra  a bordo de la nave espacial soviética Sputnik 2.

2. OTROS ESCRITORES .

Juan Ramón Jiménez.

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas…. Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal….

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel….

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña … pero fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

–Tiene acero …

–Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881 – San Juan de Puerto Rico, 1958):  Platero y Yo

 Wenceslao Fernández Flórez

Un día llegaron unos hombres a la fraga de Cecebre, abrieron un agujero, clavaron un poste y lo aseguraron apisonando guijarros y tierra a su alrededor. Subieron luego por él,  prendiéronle varios hilos metálicos y se marcharon para continuar el tendido de la línea.

Las plantas que había en torno del reciente huésped de la fraga permanecieron durante varios días cohibidas con su presencia, porque ya se ha dicho que su timidez es muy grande. al fin, la que estaba más cerca de ´él, que era un pino alto, alto, recio y recto, dijo:

-Han plantado un nuevo árbol en la fraga.

Y la noticia, propalada por las hojas del eucalipto que rozaban el pino, y por las del castaño que rozaban el eucalipto, y por las del roble que tocaban las del castaño, y las del abedul que se mezclaban con las del roble, se extendió por toda la espesura. Los troncos más elevados miraban por encima de las copas de los demás y, cuando el viento separaba la fronda, los más apartados se asomaban para mirar.

-¿Cómo es? ¿Cómo es?

-Pues es – dijo el pino- de una especie muy rara. Tiene el tronco negro hasta más de una vara sobre la tierra, y después parece de un blanco grisáceo. Resulta muy elegante.

-¡Es muy elegante, muy elegante!- trasmitieron unas hojas a otras.

-Sus frutos- continuó el pino, fijándose en los aisladores -son blancos como las piedras de cuarzo y más lisos y brillantes que las hojas de acebo.

Dejó que la noticia llegase hasta los confines de la fraga y siguió:

-Sus ramas son delgadísimas, y tan largas, que no puedo ver dónde terminan. Ocho se extienden hacia donde el sol nace, y ocho hacia donde muere. Ni se tuercen ni se desmayan, y es imposible distinguir en ellas un nudo ni una hoja ni un brote. Pienso que quizá no sea esta su época de retoñar, pero no lo sé. Nunca vi un árbol parecido.

Todas las plantas del bosque comentaron al nuevo vecino  y convinieron en que debía de tratarse de un ejemplar muy importante. Ninguno se atrevía a dirigirse a él, y él, tieso, rígido, no parecía haber notado las presencias ajenas. Llegó el verano y los pájaros se hicieron entre la fronda tan numerosos como las mismas hojas. El eucalipto, que era más alto que el pino y que los más viejos árboles, daba albergue a una pareja de cuervos y estaba orgulloso de haber sido elegido, porque esas aves buscan siempre los cúlmenes muy elevados y de acceso difícil.

Un día se decidió a conversar con el poste y le dijo:

-He notado que no adoptó usted ningún nido, señor. Quizá porque no conoce aún a los pájaros que aquí viven y no ha hecho su elección…

-¿Para qué quiero yo sostener nidos de pájaros y soportar sus arrullos y aguantar su prole?

¿ Me ha tomado usted por una nodriza? Puesto que usted me habla de ello, le diré que repruebo esa debilidad que induce a los árboles de este bosque a servir de hospederos a tantas avecillas inútiles que no alcanzan más que a gorjear. Sepa de una vez para siempre que no se atreverán a faltarme el respeto amasando sobre mí briznas y barro. Los pájaros que yo soporto son de vidrio o de porcelana y no les hace falta plumaje de colorines, ni lanzarán un trino por nada del mundo. ¿Cómo podría yo servir a la civilización y al progreso si perdiese tiempo con la cría de pajaritos?

Estas palabras circularon enseguida por la fraga y los árboles hicieron lo posible para desprenderse de los nidos y para ahogar entre sus hojas el charloteo de los huéspedes alados que iban a posarse en las ramas.

Los pareceres de aquel vecino tan raro y solemne influyeron profundamente en los árboles. Las mimbreras se jactaban de tener parentesco con él, porque sus finas y rectas varillas semejábanse algo a los alambres; el castaño dejó secar sus hojas porque se avergonzaba de ser tan frondoso;  distintos árboles consintieron en morir para comenzar a ser serios y útiles, y todo el bosque, grave y entristecido, parecía enfermo, hasta el punto de que los pájaros no lo preferían ya como morada.

Pasado cierto tiempo, volvieron al lugar unos hombres muy semejantes a los que habían traído el poste; lo examinaron, lo golpearon con unas herramientas, comprobaron la fofez de la madera carcomida por larvas de insectos , y lo derribaron. Tan minado estaba que, al caer, se rompió.

El bosque hallábase conmovido por aquel tremendo acontecimiento. La curiosidad era tan intensa, que la savia corría con mayor prisa. Quizá ahora pudieran conocer, por los dibujos del leño, la especie a que pertenecía aquel ser respetable, austero y caviloso.

-¡Mira e infórmanos!- rogaron los árboles al pino.

Y el pino miró.

-¿Qué tenía dentro?

Y el pino dijo:

-Polilla.

-¿Qué más?

Y el pino dijo:

Polvo.

-¿Qué más?

Y el pino anunció, dejando de mirar:

-Muerte. ya estaba muerto. Siempre estuvo muerto.

Aquel día el bosque, decepcionado, calló.  Al siguiente, los pájaros volvieron. La fraga recupero de golpe su alma ingenua en la que toda la ciencia consiste en saber que, de cuando se puede ver, hacer o pensar sobre la tierra, lo más prodigioso, lo más profundo, lo más grave es esto: vivir.

Wenceslao Fernández Flores ( La Coruña, 1885- Madrid, 1964): El bosque animado.

3. ARTISTAS DE LA MISMA ÉPOCA: 

–  Ignacio Zuloaga

Daniel Zuloaga

–  Joaquín Sorolla

Juan Gris

4. PERSONAJES EUROPEOS RELEVANTES.

1. Winston Churchill

2. Albert Einstein

3. Yuri Gagarin

Web para El Cantar de Mío Cid

ACTIVIDADES DESCARGABLES SOBRE EL CANTAR DE MÍO CID
 Página de referencia de las actividades: http://sites.google.com/site/tutor5y6
 Primera actividad sobre EL CID
 Segunda actividad sobre EL CID
 Tercera actividad sobre EL CID
 Cuarta actividad sobre EL CID: DICCIONARIO
 Quinta actividad sobre EL CID: RECITADO
 Sexta actividad sobre EL CID: El episodio del león
 Séptima actividad sobre EL CID: LA RIMA
 Octava actividad sobre EL CID: MEDIR LAS SÍLABAS DE UN VERSO
 Novena actividad sobre EL CID: REPASO DE GRAMÁTICA
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CANCIÓN DE GESTA: CANTAR DEL MIO CID

El Poema del Cid es la más antigua canción de gesta conservada casi íntegramente. Narra la vida de un personaje histórico y activo durante la etapa de la reconquista de la Península, Rodrigo Díaz de Vivar (¿1.040-1.099?), desde el momento en que cae en desgracia ante Alfonso VI hasta su muerte, pasando por sus momentos de mayor gloria.

El único texto escrito que se conserva de este poema es el llamado Manuscrito de Per Abbat ( juglar o copista).  Este manuscrito está fechado en 1.307, aunque se cree que la composición del poema debió realizarse hacia 1.207.

Argumento:

La obra se divide en tres cantares:

1. El Cantar del Destierro, narra cómo el Cid es injustamente desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI. Antes de marchar, deja a su mujer e hijas en el Monasterio de Cardeña. Para mantener a su pequeño ejército, su lugarteniente Martín Antolínez consigue dinero de manera más o menos fraudulenta de los judíos. Se encamina hacia la frontera de Castilla y establecen su plan para derrotar a los moros.

2. El Cantar de las Bodas,  narra cómo el Cid marcha sobre Valencia logrando colocar su estandarte en el alcázar. El rey le concede el permiso para que su familia se reuna con él. Los Infantes de Carrión, atraídos por la riqueza del Cid, piden a sus hijas, Elvira y Sol en matrimonio.

3. El Cantar de la Afrenta de Corpes, narra cómo los infantes, para vengarse de los insultos de los hombres del Cid, se muestran cobardes y brutales agrediendo a sus esposas en el robledo de Corpes a su regreso a Castilla. El Cid demanda venganza a Alfonso VI quien convoca las Cortes de Toledo. Los infantes son vencidos en un duelo y las hijas del Cid se vuelven a casar con los Infantes de Navarra y Aragón. El Cid muere en Valencia cubierto de gloria.

Documento

1. PRIMER CANTAR: Cantar del destierro
 El Cid convoca a sus vasallos y estos se destierran con él. Adiós del Cid a Vivar.

RESUMEN: Envió a buscar a todos sus parientes y vasallos, y les dijo cómo el rey le mandaba salir de todas sus tierras y no le daba de plazo más que nueve días y que quería saber quiénes de ellos querían ir con él y quiénes quedarse.

A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago;
también a los que se quedan contentos quiero dejarlos.
Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano:
«Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;
no os hemos de faltar mientras que salud tengamos,
y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos
y todos nuestros dineros y los vestidos de paño,
siempre querremos serviros como leales vasallos.»
Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro.
Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron.
El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado,
allí deja sus palacios yermos y desheredados.

Los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando;
hacia atrás vuelve la vista y se quedaba mirándolos.
Vio como estaban las puertas abiertas y sin candados,
vacías quedan las perchas ni con pieles ni con mantos,
sin halcones de cazar y sin azores mudados.
Y habló, como siempre habla, tan justo tan mesurado:
«¡Bendito seas, Dios mío, Padre que estás en lo alto!
Contra mí tramaron esto mis enemigos malvados»

2. CANTAR SEGUNDO: Bodas de las hijas del Cid

108 El Cid anuncia a Jimena el casamiento

Al llegar la noche todos se marcharon a sus casas,
Mío Cid Campeador en el alcázar entraba,
Doña Jimena y sus hijas allí dentro le esperaban
«¿Sois vos, Cid Campeador, que en buenhora ciñó espada?
Por muchos años os vean los ojos de nuestras caras».
«Gracias a nuestro Señor aquí estoy, mujer honrada,
conmigo traigo dos yernos que gran honra nos deparan:
agradecédmelo, hijas, porque estáis muy bien casadas».

109 Doña Jimena y las hijas se muestran satisfechas

Allí le besan las manos su mujer y sus dos hijas
y todas las otras damas de quien ellas se servían.
«Gracias a Dios y a vos gracias, Cid, de la barba crecida,
cosas que vos decidáis son cosas bien decididas.
Nada les ha de faltar, mientras viváis, a mis hijas».
«Padre, cuando nos caséis seremos las dos muy ricas».

110 El Cid recela del casamiento

«Mi mujer, doña Jimena, sea lo que quiera Dios.
A vos os digo, hijas mías, doña Elvira y doña Sol,
que con este casamiento ganaremos en honor,
pero sabed que estas bodas no las he arreglado yo:
os ha pedido y rogado don Alfonso, mi señor.
Lo hizo con tanta firmeza, tan de todo corazón,
que a aquello que me pedía no supe decir que no.
Así en sus manos os puse, hijas mías, a las dos.
Pero de verdad os digo: él os casa, que no yo».

3. CANTAR TERCERO: La afrenta de Corpes

Tirada 112: Suéltase el león del Cid
Miedo de los infantes de Carrión
El Cid amansa al león
Vergüenza de los infantes


Estaba el Cid con los suyos en Valencia la mayor
y con él ambos sus yernos, los infantes de Carrión.
Acostado en un escaño dormía el Campeador,
ahora veréis qué sorpresa mala les aconteció.
De su jaula se ha escapado, y andaba suelto el león,
al saberlo por la corte un gran espanto cundió.
Embrazan sus mantos las gentes del Campeador
y rodean el escaño protegiendo a su señor.
Pero Fernando González, el infante de Carrión,
no encuentra dónde meterse, todo cerrado lo halló,
metióse bajo el escaño, tan grande era su terror.
El otro, Diego González, por la puerta se escapó
gritando con grandes: «No volveré a ver Carrión.
«Detrás de una gruesa viga metióse con gran pavor
y, de allí túnica y manto todos sucios los sacó.
Estando en esto despierta el que en buen hora nació
y ve cercado el escaño suyo por tanto varón.
«¿Qué es esto, decid, mesnadas? ¿Qué hacéis aquí alrededor?»
«Un gran susto nos ha dado, señor honrado, el león.»
Se incorpora Mío Cid y presto se levantó,
y sin quitarse ni el manto se dirige hacia el león:
la fiera cuando le ve mucho se atemorizó,
baja ante el Cid la cabeza, por tierra la cara hincó.
El Campeador entonces por el cuello le cogió,
como quien lleva un caballo en la jaula lo metió.
Maravilláronse todos de aquel caso del león
y el grupo de caballeros a la corte se volvió.
Mío Cid por sus yernos pregunta y no los halló,
aunque los está llamando no responde ni una voz.
Cuando al fin los encontraron, el rostro traen sin color
tanta broma y tanta risa nunca en la corte se vio,
tuvo que imponer silencio Mío Cid Campeador.
Avergonzados estaban los infantes de Carrión,
gran pesadumbre tenían de aquello que les pasó.


(Fragmento)128  Duermen en el robledo de Corpes
A la mañana quédanse solos los infantes con sus mujeres y se preparan a maltratarlas.
Ruegos inútiles de doña Sol
Crueldad de los infantes


«Escuchadnos bien, esposas, doña Elvira y doña Sol:
vais a ser escarnecidas en estos montes las dos,
nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no
tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.
Luego con estas noticias irán al Campeador
y quedaremos vengados por aquello del león.»
Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos,
sólo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión,
cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son.

/…/

Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió;
empezaron a azotarlas los infantes de Carrión,
con las cinchas corredizas les pegan sin compasión,
hiérenlas con las espuelas donde sientan mas dolor,
y les rasgan las camisas y las carnes a las dos,
sobre las telas de seda limpia la sangre asomó.
Las hijas del Cid lo sienten en lo hondo del corazón.
¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador
que asomase por allí Mío Cid Campeador!
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son,
los briales y camisas mucha sangre los cubrió.
Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión,
esforzándose por ver quién les pegaba mejor.
Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol.

129 Los infantes abandonan a sus mujeres

Lleváronse los infantes los mantos y pieles finas
y desmayadas las dejan, en briales y camisas,
entre las aves del monte y tantas fieras malignas.
Por muertas se las dejaron, por muertas, que no por vivas.
¡Qué suerte si ahora asomase el Campeador Ruy Díaz!

 152 (Fragmento)

Alegría del Cid

Segundos matrimonios de sus hijas
El juglar acaba su poema


Hablemos ahora de este que en tan buenhora nació.
¡Qué grandes eran los gozos en Valencia la mayor,
por honrados que quedaron los tres del Campeador!
La barba se acariciaba don Rodrigo, su señor:
«Gracias al rey de los cielos mis hijas vengadas son,
ya están limpias de la afrenta esas tierras de Carrión.
Casaré, pese a quien pese, ya sin vergüenza a las dos».
Ya comenzaron los tratos con Navarra y Aragón,
y todos tuvieron junta con Alfonso, el de León.
Sus casamientos hicieron doña Elvira y doña Sol,
los primeros fueron grandes pero éstos son aún mejor,
y a mayor honra se casan que con esos de Carrión.
Ved cómo crece en honores el que en buenhora nació,
que son sus hijas señoras de Navarra y Aragón.
Esos dos reyes de España ya parientes suyos son,
y a todos les toca honra por el Cid Campeador.
Pasó de este mundo el Cid, el que a Valencia ganó:
en días de Pascua ha muerto, Cristo le dé su perdón.
También perdone a nosotros, al justo y al pecador.
Éstas fueron las hazañas de Mío Cid Campeador:
en llegando a este lugar se ha acabado esta canción. (FIN)

(Versión en castellano moderno de Pedro Salinas. Tomado de http://amediavoz.com/cantardemiocid.htm#Tirada%201)

El universo Dickens revive en Londres

· Hoy se conmemoran 200 años del nacimiento del autor de ‘David Copperfield’ y ‘Oliver Twist’
· Varias exposiciones en Londres exhiben el universo dickensiano con obras de arte y objetos
· Un maestro de la literatura que mostró los rincones del mundo que se abría con la era industrial
Patricia Tubella Londres 6 FEB 2012 . EL PAIS.

Desde su condición de superventas en la era victoriana hasta el sinfín de reediciones y adaptaciones de las que sigue siendo objeto hoy, la obra de Charles Dickens ha logrado conectar con sucesivas y multitudinarias audiencias a lo largo de los últimos dos siglos. Oliver Twist, Canción de Navidad, David Copperfield, Casa desolada, Historia de dos ciudades, Grandes Esperanzas… El vasto legado literario del autor inglés, con su impresionante dominio narrativo, la fuerza de unos personajes y unas historias cargadas de crítica social, nunca ha faltado en las librerías. Pero el recién llegado 2012 ha decidido convertirlo en protagonista absoluto, coincidiendo con el bicentenario del nacimiento del escritor, un 7 de febrero de 1812 en la localidad inglesa de Portsmouth. Aunque la expresión pueda resultar extraña cuando se trata de todo un tesoro nacional, puede decirse que el autor está de moda en su tierra natal.

Carteles de diversa índole con su retrato en sepia anuncian en el concurrido metro londinense un alud de exposiciones, nuevas ediciones biográficas, reposiciones teatrales, programas de televisión y estrenos de cine consagrados a su producción. El aperitivo pudo catarse ya a finales del pasado año, con la emisión de una moneda conmemorativa del natalicio que lleva grabado el rostro del autor, sus grandes títulos y la optimista sentencia de uno de sus personajes: “algo surgirá” (el Wilkins Micawber de David Copperfield).

Dickens compartía ese talante esperanzado, a pesar de los conflictos que alumbró la era moderna y sobre todo de las miserias de la Revolución Industrial desnudadas en sus libros. No era un insurrecto, pero confiaba contribuir con esas obras a operar un cambio social gradual. La “linterna mágica” de su inspiración fue ese Londres que en el siglo XIX se erguía como capital del imperio británico y centro del mundo, con el motor de grandes inventos como el correo postal o el ferrocarril, y la cara sombría de la injusticia, la explotación y el trabajo infantil. A esa relación de amor-odio con la ciudad dedica una exposición el Museo de Londres (hasta el 10 de junio), en la que a través de pinturas y efectos audiovisuales se recrea el universo dickensiano. La muestra despliega el escritorio y otras piezas del estudio del autor, junto a algunos de sus manuscritos como el original de Grandes Esperanzas, donde caligrafió en tinta una narración sobre el precio de escalar los peldaños sociales.

El también londinense museo Victoria & Albert centra su atención (hasta el 1 de abril) en los tintes biográficos de David Copperfield, examinando el desarrollo del libro desde el texto original que allí se exhibe hasta su publicación e influencia en tantas obras infantiles, comics y producciones teatrales. Nacido en la costa sudeste de Inglaterra en el seno de una familia numerosa de clase media modesta, los problemas económicos de su padre condujeron a Charles Dickens a vivir con otros parientes, a trabajar desde muy joven en una fábrica de tintes y finalmente a mudarse a la capital británica. Aunque retomó sus estudios, la formación de uno de los grandes autores universales fue principalmente autodidacta.

 En Londres conoció la corrupción política como secretario de la Cámara de los Comunes, puesto que acabó abandonando para dedicarse al periodismo y al relato de novelas serializadas en capítulos mensuales. Paladeó la gloria en vida tras convertirse en un pionero del género y en uno de los escritores más populares del momento, aunque al menos en una ocasión fue acusado de plagio. El objeto de la discordia fue en el año 1861 uno de los relatos de Cuatro Historias de Fantasmas, publicado por Dickens en su revista All the Year Round, y que su coetáneo Thoma Heaphy reclamó como propio. Uno de los ejemplares de la revista se muestra estos días (hasta el 4 de marzo) en la La British Library de Londres, en el marco de una exposición dedicada a la fascinación del escritor por lo sobrenatural y lo oculto.

Si Dickens (fallecido en 1870) fue en su tiempo un autor de tremendo éxito, que realizó varias giras por Europa y Estados Unidos recitando sus obras, la posteridad ha consagrado la ubicuidad de su obra a través del tiempo y de diversas culturas. A esas audiencias internacionales se dirige el ramillete de exposiciones, debates, lecturas y proyecciones organizadas por el British Council –organismo destinado a la promoción de la cultura y lengua inglesa en el mundo- en cinco cincuenta países, con ocasión del bicentenario del autor.

La BBC cerró el 2011 con el enorme éxito de audiencia de su versión de Grandes Esperanzas, una prueba de que el universo literario dickensiano sí puede competir con otras ofertas televisivas más mundanas. Y de nuevo este año, los actores británicos Ralph Fiennes y Helena Bonham-Carter van a protagonizar una réplica del mismo título en clave de thriller. El filón del novelista británico más adaptado en la pantalla parece no agotarse, gracias a la caligrafía cinematográfica de sus obras. Pero quienes priorizan el placer de la lectura pueden contar con la cadena de biografías y nueva ediciones de sus libros que han inundado el mercado a modo de celebración de un año especial. Porque 2012 no va a encarnar únicamente la cita con los Juegos Olímpicos de Londres, o el Jubileo de Diamante que conmemora los 60 años del ascenso de Isabel II al trono. Este año pertenece también a Charles Dickens y su maravilloso legado.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/02/06/actualidad/1328556484_845111.html

Cuentos breves

EL DINOSAURIO

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».  

Autor: Augusto Monterroso

LA OVEJA NEGRA

 En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.

Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.

Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

Autor: Augusto Monterroso